miércoles, 11 de enero de 2012

El Pulgar del Panda

EL PULGAR DEL PANDA
Stephen Jay Gould
De: El Pulgar del panda.

Pocos héroes bajan la vista en el esplendor de sus vidas: el triunfo les arrastra inexorablemente hacia su destrucción. Alejandro lloró porque no le quedaban ya mundos que conquistar; Napoleón, excesivamente abarcador, selló su suerte en las profundidades de un invierno ruso. Pero Charles Darwin no continuó el Origen de las especies (1859) con una defensa general de la selección natural o con su evidente extensión a la evolución humana (esperó hasta 1871 para publicar El origen del hombre). En lugar de ello, escribió su libro más oscuro, el titulado: On the Various Contrivances by which British and Foreign Orchids are Fertilized by Insects Sobre los diversos mecanismos por lo que las orquídeas británicas y extranjeras son fertilizadas por los insectos.
Las muchas excursiones de Darwin a las minucias de la historia natural –escribió una taxonomía de las bellotas de mar, un libro sobre las plantas trepadoras y un tratado acerca de la influencia de las lombrices de tierra en la formación del humus vegetal- le granjearon la inmerecida fama de ser un anticuado y un tanto senil descriptor de plantas y animales curiosos, que había tenido una inspiración afortunada en el momento preciso. La oleada de academicismo darwinista que ha tenido lugar en el curso de los últimos veinte años se ha encargado de disipar de una vez por todas este mito. Anteriormente, un destacado hombre de ciencia se había hecho portavoz de muchos colegas mal informados al juzgar a Darwin como un <<mal hilvanador de ideas… un hombre que no merece estar entre los grandes pensadores>>.
De hecho, cada uno de los libros de Darwin tuvo su papel en el inmenso y coherente planteamiento del trabajo de su vida: la demostración de que la evolución era un hecho y la defensa de la selección natural como su mecanismo fundamental. Darwin no estudió las orquídeas por sí mismas. Michael Ghiselin, un biólogo californiano que se tomó el trabajo de leer toda la obra de Darwin (véase su Triumph of the Darwinian Method), ha identificado correctamente el tratado sobre las orquídeas como un episodio importante de la campaña de Darwin a favor de la evolución.
Darwin comienza su libro sobre las orquídeas con una importante premisa evolutiva: la autofertilización continuada es una mala estrategia para la supervivencia a largo plazo, ya que la descendencia lleva los genes de un solo pariente, y las poblaciones no mantienen la suficiente variación para disponer de una flexibilidad evolutiva frente al cambio ambiental. Así pues, las plantas con flores que tienen tanto órganos sexuales femeninos como masculinos desarrollan habitualmente una asombrosa variedad de <<artilugios>> para atraer a los insectos, asegurarse de que el adherente polen se pegue a sus visitantes y garantizar que éste entre en contacto con los órganos sexuales femeninos de la siguiente orquídea que sea visitada por el insecto.
El libro de Darwin es un compendio de estos artilugios, el equivalente botánico a un bestiario. Y, al igual que los bestiarios medievales, su propósito es instruir. El mensaje resulta pedagógico pero profundo. Las orquídeas elaboran sus intrincados dispositivos a partir de los componentes comunes de las flores vulgares, partes habitualmente utilizadas para funciones muy distintas. Si Dios hubiera diseñado una hermosísima máquina para poner de relieve su sabiduría, sin duda no hubiera utilizado una colección de partes con funciones normalmente diferentes. Las orquídeas no eran obra de ningún ingeniero ideal; son ajustes provisionales hechos a partir de un juego limitado de piezas disponibles. Por lo tanto deben haber evolucionado a partir de flores ordinarias.
De aquí la paradoja y el tema común a esta trilogía de ensayos: nuestros libros de texto tienden a ilustrar la evolución con ejemplos de diseños óptimos (la imitación casi perfecta de una hoja muerta por parte de una mariposa, o de una especie venenosa por parte de algún pariente comestible). Pero el diseño ideal es un argumento pésimo a favor de la evolución, ya que imita la acción postulada de un creador omnipotente. Las disposiciones extrañas y las soluciones singulares constituyen la verdadera prueba de la evolución, caminos que un dios sensato jamás hubiera adoptado, pero que un proceso natural, constreñido por la historia, se ve obligado a seguir. Nadie comprendió esto mejor que Darwin. Ernst Mayr ha demostrado que Darwin, al defender la evolución, se refería constantemente a las partes orgánicas y las disposiciones geográficas que menos sentido tenían. Lo que me lleva al panda gigante y a su <<pulgar>>.
Los pandas gigantes son osos peculiares, miembros del orden Carnívoro. Los osos convencionales son los más omnívoros representantes de su orden, pero los pandas han restringido esta universalidad de grupos en la dirección opuesta: dan el mentís al nombre del orden al que pertenecen subsistiendo casi exclusivamente a base de bambú. Viven en densos bosques de bambú a grandes alturas en las montañas de China occidental. Allá se sientan, prácticamente inmunes a los depredadores, masticando bambú entre diez y doce horas diarias.
Como admirador infantil de Andy Panda y anteriormente propietario de un juguete de peluche ganado en la feria del condado cuando, por algún error de la física, cayeron todas las botellas de leche, me sentí encantado cuando los primeros frutos del deshielo de nuestras relaciones con China fueron más allá del ping-pong y se concretaron en la llegada de dos pandas al zoo de Washington. Fui a verlos con el correspondiente sobrecogimiento. Bostezaban, se desperezaban y paseaban de vez en cuando, pero pasaban la mayor parte del tiempo comiendo su adorado bambú. Se sentaban erguidos y manipulaban los tallos con sus patas delanteras, arrancando las hojas y comiendo sólo los brotes.
Me quedé estupefacto con su destreza y me pregunté cómo era posible que el descendiente de una raza adaptada para la carrera pudiera usar sus garras tan hábilmente. Sujetaban los tallos de bambú entre sus garras y los despojaban de sus hojas, pasándolos entre un pulgar aparentemente flexible y el resto de los dedos. Esto me desconcertó. Yo había aprendido que la posesión de un pulgar oponible y diestro se encontraba entre las causas fundamentales del éxito humano. Nosotros habíamos conservado, incluso exagerado, esta importante flexibilidad de nuestros antepasados primates, mientras que la mayor parte de los mamíferos la habían sacrificado al especializar los dedos. Los carnívoros corren, apuñalan y arañan. Mi gato podrá manipularme psicológicamente, pero nunca jamás escribirá a máquina ni tocará el piano.
De modo que conté los demás dedos del panda y me llevé una sorpresa aún mayor: había cinco, no cuatro. ¿Acaso era el <<pulgar>> un sexto dedo desarrollado independientemente? Por fortuna, el panda gigante tiene su biblia, una monografía escrita por D. Dwight Davis, antiguo conservador de anatomía de vertebrados del Museo Field de Historia Natural de Chicago. Probablemente constituya la mejor obra de anatomía evolutiva comparada moderna, y contiene más de lo que nadie querría llegar a saber jamás acerca de los pandas. Davis tenía la respuesta, por supuesto.
El <<pulgar>> del panda no es, anatómicamente, un dedo. Está constituido por un hueso llamado sesamoide radial, que habitualmente es un pequeño componente de la muñeca. En los pandas, el sesamoide radial está enormemente agrandado y hasta ser casi igual de largo que los huesos metapodiales de los verdaderos dedos. El sesamoide radial está bajo una almohadilla de la mano delantera del panda; los cinco dedos forman el andamiaje de otra almohadilla, la palmar. Ambas almohadillas están separadas por un surco poco profundo que sirve como guía para los tallos de bambú.

El pulgar del panda no sólo está dotado de hueso para darle rigidez, sino también de músculos para proporcionarle su agilidad. Estos músculos al igual que el hueso sesamoide, no surgieron de novo. Al igual que las partes de las orquídeas de Darwin, son partes anatómicas familiares remodeladas para una nueva función. El abductor del sesamoide radial (el músculo que lo separa de los verdaderos dedos) tiene el formidable nombre de abductor pollicis longus (<<el abductor largo del pulgar>>; pollicis es el genitivo de pollex, nombre latino del pulgar). Su nombre lo delata. En otros carnívoros, este músculo se inserta en el primer dedo, o pulgar verdadero. Entre el sesamoide radial y el pólice se extienden otros dos músculos más cortos. Mueven el <<pulgar>> sesamoide hacia los verdaderos dedos.
¿Nos da la anatomía de otros carnívoros alguna pista acerca del origen de esta extraña disposición en los pandas? Davis señala que los osos y los mapaches comunes, los parientes más próximos de los pandas gigantes, sobrepasan con mucho a los demás carnívoros en el uso de sus patas delanteras para la manipulación de objetos mientras se alimentan. Perdonarán la metáfora retroactiva, pero los pandas, gracias a su ascendencia, empezaron ya con ventaja para desarrollar una mayor habilidad en la alimentación. Más aún, los osos comunes tienen ya un sesamoide radial ligeramente agrandado.
En la mayor parte de los carnívoros, los mismos músculos que mueven el sesamoide radial en el panda se insertan exclusivamente en la base del pólice, o pulgar verdadero. Pero en los osos normales, el músculo abductor largo termina en dos tendones: uno se inserta en la base del pulgar como en la mayor parte de los carnívoros, pero el otro se inserta en el sesamoide radial. Los dos músculos más cortos se insertan también, en parte, en el sesamoide radial de los osos. <<Así –concluye Davis-, la musculatura para operar este nuevo y notable mecanismo -funcionalmente un dedo nuevo- no requirió cambio intrínseco alguno respecto a las condiciones ya existentes en los parientes más próximos del panda, los osos. Más aún, parecería que la secuencia total de lo acontecido en la musculatura se sigue automáticamente de la simple hipertrofia del hueso sesamoide>>.
El pulgar sesamoide de los pandas es una estructura compleja formada a partir del marcado crecimiento de un hueso y una redistribución in extenso de la musculatura. No obstante Davis argumenta que todo el aparato surgió como respuesta mecánica al crecimiento del propio sesamoide. Los músculos se desplazaron porque el hueso hipertrofiado les impedía insertarse en sus localizaciones originales. Más aún, Davis postula que el sesamoide radial hipertrofiado podría ser consecuencia de un cambio genético simple, tal vez una única mutación que afectara al calendario y a la tasa de crecimiento.
En el pie del panda, la contrapartida del sesamoide radial, llamada sesamoide tibial, está también hipertrofiada, aunque no tanto como el sesamoide radial. Y, no obstante, el sesamoide tibial no hace de soporte de ningún dedo nuevo, y su tamaño aumentado no le confiere ventaja alguna, por lo que nosotros sabemos. Davis argumenta que el incremento coordinado de los dos huesos, en respuesta a la selección natural de uno solo de ellos, probablemente refleje un tipo simple de cambio genético. Las partes duplicadas del cuerpo no están sometidas a la acción de un único gen –no existe un gen <<para>> el pulgar, otro para el dedo gordo del pie, ni un tercero para el dedo meñique-. Las partes duplicadas son coordinadas en el transcurso del desarrollo; la selección de un cambio en un elemento origina una modificación correspondiente en otros. Puede resultar genéticamente más complejo aumentar el tamaño del pulgar y no modificar el dedo gordo del pie, que hacer que aumenten los dos de tamaño. (En el primer caso, debe romperse una coordinación general, el pulgar tendría que verse favorecido independientemente, y el incremento correlativo en tamaño de las estructuras con él relacionadas tendría que ser suprimido. En el segundo caso, un único gen puede aumentar la tasa de crecimiento de un campo regulador del desarrollo de los dedos correspondientes.)

El pulgar del panda nos proporciona una buena contrapartida zoológica a las orquídeas de Darwin. Las soluciones óptimas del ingeniero quedan descartadas por la historia. El pulgar verdadero del panda queda relegado a otro papel, demasiado especializado en otra función como para convertirse en un dedo oponible y manipulador. De modo que el panda se ve constreñido a utilizar partes disponibles y a conformarse con el agrandamiento de un hueso de la muñeca que supone una solución un tanto engorrosa, pero bastante funcional. El hueso sesamoide no ganaría medallas en ningún concurso de ingeniería. Es, por utilizar la frase de Michael Ghiselin, un artefacto, no un exquisito dispositivo. Pero realiza su trabajo y excita nuestra imaginación tanto más cuanto que surge de una base tan improbable.
El libro de orquídeas de Darwin está repleto de casos similares: La Epipactus de las marismas, por ejemplo, utiliza su labelo (un pétalo agrandado) a modo de trampa. El labelo está dividido en dos partes. Una de ellas, cerca de la base de la flor, configura una especie de pista de aterrizaje. Un insecto que se pose sobre esta pista la hace descender, obteniendo así a la copa de néctar que se encuentra más allá. Penetra hasta la copa, pero la pista de aterrizaje es tan elástica, que inmediatamente vuelve a su posición original, atrapando al insecto dentro de la copa de néctar. El insecto debe entonces retroceder a lo largo de la única salida posible: un sendero que le obliga a rozarse contra la masa de polen. Una máquina notable, pero desarrollada en su totalidad a partir de un pétalo convencional, una parte ya existente en el antecesor de la orquídea.
Darwin pasa acto seguido a mostrarnos cómo el mismo labelo evoluciona en otras orquídeas para formar una serie de ingeniosos mecanismos que garantizan la fecundación cruzada. Puede formar un plegamiento completo que obliga al insecto a mover su probóscide en torno y más allá del polen para alcanzar el néctar. Puede contener profundas acanaladuras o salientes guía que lleven al insecto tanto hacia el néctar como hacia el polen. Los canales configuran ocasionalmente un túnel, produciendo una flor tubular. Todas estas adaptaciones han sido construidas a partir de una parte que inició su andadura en forma de un sencillo pétalo convencional en alguna forma ancestral. No obstante la naturaleza puede llegar a tanto con tan poco que exhibe, en palabras de Darwin, <<toda una prodigalidad de recursos para llegar a un mismo fin, a saber, la fecundación de una flor por el polen de otra planta>>.
La metáfora de Darwin sobre la forma orgánica refleja su sentimiento maravillado de que la evolución pueda configurar un mundo de tal diversidad y de tal adecuación con tan limitadas materias primas:

Aunque un órgano puede no haber sido formado en su origen para un propósito determinado, si ahora sirve a este propósito, podemos decir justificadamente que ha sido elaborado para él. Así, en toda la naturaleza, es probable que casi cualquier parte de cada ser viviente haya servido, en alguna versión ligeramente modificada, para diversos fines, y haya actuado dentro de la maquinaria vital de muchas formas específicas primitivas y disjuntas.

Puede que la metáfora de las ruedas y las poleas remodeladas no nos halague, pero consideremos lo bien que funcionamos. La naturaleza es, en palabras del biólogo François Jacob, una magnifica chapucera, no un divino artífice. Y ¿quién osará emitir juicio a favor de una u otra de estas ejemplares habilidades?

El pulgar del panda. Reflexiones sobre historia natural y evolución, traducción de Antonio Resines, revisión de Joandomènec Ros, Crítica, Barcelona, 1994, pp. 17-24. (The Panda’s Thumb. Norton, Nueva York, 1980.)